Cuando eramos pequeños vivíamos la navidad con ilusión y deseo; no podíamos dormir la noche antes de que viniera Papá Noel o los Reyes Magos, esperando descubrir nuestros regalos a la mañana siguiente. Nos quedábamos en vela intentando oír algún ruido en el salón o, incluso, encontrarlos dejando los regalos debajo del árbol o dormíamos solo unas horas para madrugar y despertar a nuestros padres suplicándoles que nos dejaran levantarnos para ver si nos habían dejado aquello que con ímpetu habíamos pedido.

Ahora bien, ¿no es cierto que a medida que nos hacemos adultos la perspectiva de la navidad cambia?

Por un lado, es cierto que para nosotros, los adultos, la navidad deja de tener ese carácter de ilusión y de espera. Ya no la vemos de la misma forma que en la infancia y, además nos damos cuenta de la ausencia de diversos miembros de la familia en las cenas de dicha época.

Pero, por otra parte, en cada familia siempre va a haber un hermano, un primo, un hijo…en resumidas cuentas un niño; que vivirá la navidad con esa ilusión de la que hablábamos al principio y, sin quererlo nos contagiará de esa felicidad inocente.
Mi consejo es que, una vez siendo adultos vivamos la navidad de la mejor manera posible, ayudándonos con el abrigo de nuestras familias y amigos y, que no pensemos en la ausencia de familiares sino en los que están por venir.

Rebeca Lozano Martín