Las Navas del Marqués a 13 de diciembre de 2019 |
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LA EMBOSCADA
Mañana de domingo en Navalperal para evocar uno de los episodios más cruentos en los primeros días de la Guerra Civil en el pueblo. Nos acercamos a la urbanización Ballesteros (Ciudad El Pinar), donde se encuentra la casa en la que se refugiaron el teniente Moreno y los guardias civiles a sus órdenes llegados desde Las Navas del Marqués la mañana del 24 de julio de 1936. El llamado “hotel de Santa Marina”, por la familia que en él vivía, se encuentra frente a la quinta El Saltillo. Es el escenario de lo que, pese a algunos testimonios que lo ponen en duda, debió ser una trampa contra los guardias partidarios de la recién comenzada sublevación.
Mangada no estaba en Navalperal ese día, pues acababa de salir con el grueso de sus tropas en dirección a Aldeavieja, pero quedó al mando su segundo. Objetivo de una emboscada preparada al parecer en connivencia con un factor de la estación de tren navera, Rafael Velasco –que les alerta de que “un grupo de incontrolados se ha hecho dueño de Navalperal”–, los agentes se refugian en la vivienda en cuanto se percatan de que les esperan los republicanos. Los alrededores se llenan de milicianos armados que rodean al escaso grupo de guardias civiles, dispuestos a repeler el asalto como puedan. Durante dos horas, bajo un calor intenso, los dos bandos intercambian disparos, hasta que la munición de los guardias se agota.La mayoría muere cuando intenta huir por las ventanas. Uno de ellos, de nombre Isidro, logra escapar, oculto entre el centeno, y llega por Campo Azálvaro hasta Ávila.
Otro también huyó, pero fue descubierto y fusilado. Le había ayudado un pastor que le prestó parte de su ropa pero lo descubrieron porque no tenía el aspecto habitual de un ganadero. “Le pidieron que les enseñara las manos y a partir de ahí le forzaron a confesar su verdadera identidad”, nos cuenta María Pilar Armesto González, nieta de uno de los guardias civiles fallecidos, Francisco González, que cayó en la casa junto a su hermano menor. Su abuela, viuda en ese momento, le reveló el fatal desenlace que tuvo el fugado.
La única hija superviviente, su tía Isabel, “tenía entonces cuatro meses”. Ahora, con 82 años, “aún va allí una o dos veces al año a llevar flores junto con su marido y una prima y nunca dejan de ir en el mes de julio”.
Por parte de los milicianos sólo hubo una baja, el vecino de Navalperal Andrés Rodríguez Elvira. Al parecer, echó él solo a correr hacia la casa, pistola en mano, gritando “¡los mato, los mato!”, y los guardias le abatieron cuando intentaba subir por la escalera.
Los cuerpos de los guardias civiles son llevados a la Plaza Mayor en tres camiones, donde son contemplados por los curiosos antes de su traslado y posterior sepultura en una fosa común del cementerio municipal. Todavía hoy, el Día de Todos los Santos, algunos familiares acuden a dejar flores en el yermo terreno circundado por unas piedras donde reposan el teniente y sus hombres.
Fotos: A.B.