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ALBERTO ROJAS GÓMEZ
Hippies en Cañar
  Taller de periodismo  | 14 de junio de 2019

Efectivamente, todo el autocar se identificó con la sonrisa de Marta, quien ocupó su asiento, justo detrás del mío; sonriendo le comentó a su compañera de asiento que se encontraba muy feliz porque había recibido una llamada telefónica de su profesora de Cuencos Tibetanos. Esta profesora le ofreció un viaje de quince días a Nepal para seguir ahondando en las prácticas de la enseñanza de los Cantos Armónicos y Meditaciones. Decía que era una formación viva, en constante movimiento. El objetivo era aprender de manera teórica y vivencial cómo utilizar los cuencos cantores, el gong y la voz como instrumentos terapéuticos.
Por eso se encontraba tan radiante -cómo le iba a decir que no-, pues claro que le contestó afirmativamente y que en marzo estaría preparada para emprender el viaje que, según ella, iba a ser la experiencia de su vida.
Todo el autocar se hizo eco de esta noticia. Terminamos aplaudiendo su decisión… ¡plas,plas,plas! y dándole la enhorabuena.

Distraídos por el tema de Marta pasaron los kilómetros hasta que llegamos a Cáñar.
Antes de iniciar la caminata tuvimos un rato para comer.
Esta población se encuentra a 1.029 m de altitud, entre el barranco de Las Parrillas y el barranco del río Chico. Es una zona muy montañosa y de fuertes pendientes. Hacía un sol tan fuerte que picaba los brazos. Entramos en el único bar que había, Café-Bar Piki. Nos sentamos en la terraza y tomamos unas cervezas Alhambras junto con unos taquitos de jamón de Trevélez.
Mientras comentábamos lo limpio que estaba el pueblo, aparecieron unas familias con niños descalzos que jugaban con sus muñecos. Había leído que este pueblo albergaba una comuna de hippies fundada a finales de los años setenta por unos ingleses procedentes de Ibiza. Esta comuna está constituida por unos 250 miembros que perfectamente conviven con los vecinos.

Una vez acabado de tomar las viandas nos dispusimos a pasear por el pueblo, en el poco tiempo que nos quedaba libre. El núcleo urbano se encuentra vertebrado en torno a una iglesia a cuya plaza acuden las principales calles.
En esta plaza coincidimos con una pareja hippie. Mientras ella daba de mamar a su bebé, él estaba dibujando a carboncillo el rostro de alguien que me parecía conocido. Me dirigí a él diciéndole que me gustaba lo que pintaba y entablamos una simpática conversación.
En perfecto castellano me contó que hacía diez años salió de Londres, y que a través de un amigo inglés recaló en Las Alpujarras. Se llama Frank Delayne. Se hallaban muy a gusto en aquel lugar y muy feliz por haber tenido recientemente un bebé. Los cuadros los iba vendiendo por los pueblos y así se ganaba la vida.
Me preguntó si sabía a quién pertenecía el rostro que estaba dibujando, a lo que contesté afirmativamente, era muy conocido como pintor, Vasili Kandinsky, y a raíz de esa respuesta él empezó a dar una charla sobre sus conocimientos de la figura del pintor ruso. Me informó que lo más importante para Kandinsky eran los colores y también la música. El azul le evocaba frío y el amarillo calor; consideraba Frank que con el trabajo del pintor ruso comenzaba el expresionismo y el arte abstracto. Como un mago mezcló sonidos y colores: la flauta, azul; el violín, verde; la trompeta, roja. De igual manera comentó que escribió libros de arte.
Frank me invitó a conocer su vivienda, gesto que me llenó de ilusión pues iba a entender cómo viven los hippies de La Alpujarra.
Busqué al guía para consultarle si podía ir con Frank a su casa y me dio su permiso.
Su comuna – la llaman Beneficio- es de las más antiguas de Europa. Está alejada de la civilización. Situada en las ladera de La Alpujarra.
Después de caminar cierto tiempo llegamos a un pequeño aparcamiento de caravanas. Allí comenzamos la visita.

Hay casas prefabricadas con materiales reciclados y decorados místicos. Varios grupos de amigos disfrutan del sol mientras conversan. Frank saludó uno a uno al tiempo que me presentaba. Eran una mezcla multicultural. Había coches aparcados con matrículas de todas las partes del mundo: Inglaterra, Francia, Alemania …
De una de las caravanas se asomó una joven rubia con rastas; vende empanadillas a todo el que llega a la comuna. Frank me llevó a su habitáculo. En la habitación sólo había un colchón tirado en el suelo y un libro al lado, Sidartha.
También me enseñó el pequeño huerto que comparte con otros amigos. Tienen plantados patatas, lechugas, tomates, judías y acelgas. Lo trabajan para la Comunidad. No comen carne, son veganos, pero respetan la voluntad de cada uno. “Es una decisión personal”, afirma Frank.
Mientras caminamos por las tierras observaba el panorama. Pude ver perros corriendo junto a niños descalzos, jugaban en el río y disfrutaban de la naturaleza. Me llamó la atención la convergencia de tantas culturas en un sitio tan pequeño. Es como juntar lo mejor de cada cultura y traerlo aquí.
En una de las ocasiones Frank me presentó a Giorgio, quien preparaba una pipa de fumar que trajo de su viaje a la India. Me comentó Giorgio que todos los excrementos de la Comunidad se reciclan. “Son el abono de la tierra” y añadió: “El respeto que tenemos por la naturaleza nos parece un ejemplo a seguir”.
Todo el tiempo que llevo en la comuna estoy perplejo por su forma de vida, los padres pasan muchas horas jugando con los hijos. Los niños corren libres, tienen un colegio en plena naturaleza, parece que son felices. Tocan la guitarra mientras conversan sobre la vida. Todos coinciden en la paz que les da este pequeño rincón de la Alpujarra. En el poblado no hay cobertura para móviles, pero en cambio tienen cobertura para ellos mismos con la naturaleza que les rodea. Hacen mercadillo los jueves en la comunidad. Compran verduras frescas y venden las artesanías que elaboran.
Le pregunté sobre el futuro de sus hijos. Al hacerse eco de la pregunta, su rostro cambió de forma automática –me dio la impresión de que no le había gustado-, pero quiso responderme de manera agradable: “Alberto –me dijo- es evidente que la vida que yo elegí hace muchos años es diferente a la de nuestros días. La forma de pensar cambia, la vida cambia, pero sí puedo precisar que los principios que no han cambiado son el amor y la paz, por eso es importante el poder de la mente, y se lo enseñamos a nuestros hijos. Nosotros pudimos elegir como vivir nuestra vida, ellos podrán elegir cómo vivir las suyas. Les aconsejamos lo importante que es la naturaleza y les ayudamos a desarrollar su creatividad alejándolos de la televisión. Cuando cumplen siete años les llevamos al colegio”.
La charla valió la pena y, como se me hacía tarde, me despedí de Frank dándonos un fuerte abrazo mientras me decía al oído que le salió del alma el invitarme a su poblado por la sinceridad que tuve con él. Me cogió la mano y me entregó una hoja de papel desgastado por el tiempo y dijo: “Guárdalo, camina durante un tiempo y descansa luego diez minutos y en ese descanso junto al silencio, aprovecha la energía que te da el andar y medita en lo que has visto”. Así nos despedimos.
(Continuará)
Alberto Rojas Gómez


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